AYA DE YOPOUGON

Gracias, un año más, a la colaboración del Instituto Francés, el miércoles 21 de octubre a las 17 horas, en el Centro de Historias (Pza. San Agustín, 2), proyectaremos la película de animación Aya de Yopougon. Adaptación del cómic homónimo de la guionista Marguerite Abouet y el dibujante Clément Oubrerie, y publicado en España por la editorial Norma, Aya de Yopougon nos traslada a la Costa de Marfil de finales de 1970.
El historiador y crítico de cómic Gerardo Vilches ha escrito una reseña sobre el cómic y la película como colaboración especial con la XVIII Muestra de Cine Realizado por Mujeres. Gerardo Vilches escribe con asiduidad artículos y reseñas en su blog personal, The Watcher and the Tower, y en la página web especializada Entrecómics.


AYA DE YOPOUGON. ÁFRICA CON OTROS OJOS.

En 2005 aparecía el primer álbum de Aya de Yopougon —que obtuvo, al año siguiente, el prestigioso premio del festival Angulema—, una serie de cómic ambientada en Yopougon, un barrio popular de Abiyán, la capital de Costa de Marfil, a finales de los años 70. Su guionista era Marguerite Abouet, una costarricense residente en Francia que pretendió contar cómo era la vida en el lugar de su infancia. Tal vez este punto de partida nos haga pensar en Persépolis, cuya autora, Marjane Satrapi, provenía de Irán y también migró a Francia, donde reside actualmente. Pero ahí acaban todas las semejanzas: ambas obras no podrían ser más diferentes en su tono y en su intención.

Aya de Yopougon bebe directamente de la Nouvelle BD, una corriente artística que desde los años 90 ha renovado profundamente el mercado francés, introduciendo no sólo nuevos estilos de dibujo, sino también nuevas temáticas más apegadas a la realidad, alejadas de los géneros de ficción de aventuras clásicas. De hecho, el dibujante con el que Abouet forma equipo creativo, Clément Oubrerie, está muy influido por Joann Sfar, uno de los máximos exponentes de la Nouvelle BD, y socio de Oubrerie en la productora Autochenille Production, responsable tanto de la adaptación cinematográfica de El gato del rabino —una de las mejores obras de Sfar— como de la propia Aya de Yopougon.

El escenario que plantean Abouet y Oubrerie está libre de tópicos occidentales y del etnocentrismo paternalista que con frecuencia domina los acercamientos a África, un continente extraordinariamente heterogéneo que es mucho más de lo que los medios de información europeos muestran. La intención manifiesta de Abouet era escapar de las tragedias que las personas del llamado primer mundo imaginan cuando se menciona el nombre de África y ofrecer en su lugar una comedia de situación —con trazas de divertido y adictivo culebrón— ambientada en un barrio periférico, donde poder mostrar la vida cotidiana de sus habitantes pero también las diferentes mentalidades que conviven, con mayor o menor fricción según el caso. El crisol de personajes se va enriqueciendo poco a poco para integrar a personas de diferentes generaciones y clases sociales, desde la humilde pero económicamente estable familia de Aya hasta los acaudalados Sissoko, dueños de la empresa cervecera más importante del país.

Costa de Marfil aparece en las páginas de esta serie de seis álbumes como un país en tensión constante entre la tradición y la modernidad, entre la ley de la tribu y las leyes democráticas; esa tensión se focaliza, sobre todo, en la situación de las mujeres de diferentes generaciones. Aya y sus amigas Bintou y Adjoua, jóvenes, no admiten las costumbres de sus padres. Sus mayores, las mujeres madres y esposas de Yopougon, son las que verdaderamente sostienen sus hogares, y sus fuertes caracteres se niegan, amparadas en la modernidad, a dejar que los varones continúen aplicando un sistema de valores androcéntrico que da la razón y el poder al hombre por el hecho de serlo y le permite, si así lo desea, casarse cuantas veces quiera, vender a sus hijas o regalarlas a sus amigos y, en definitiva, decidir sobre sus vidas.

Cuando uno de los hombres, por ejemplo, decide regalar su joven hija a un amigo íntimo, evidentemente mucho mayor que ella, todas las mujeres del barrio se niegan y presionan hasta que los hombres abandonan su idea. Son pequeñas resistencias que no cambian el sistema, pero al menos consiguen abrir brechas en él. El caso particular de Aya supone algo parecido. No es una mujer conscientemente feminista, y por tanto nunca se define como tal, pero su modo de ver la vida, su deseo de independencia y su aspiración de ser médico nos hablan claramente de una mujer que se enfrenta al guión de vida marcado por su cultura y entorno social. A diferencia de sus amigas, Aya no quiere casarse con un hombre rico. Se enfrenta a las decisiones de su padre y, aunque ayuda a sus familiares y amistades a conseguir sus metas conservadoras, se reserva para sí sus propios sueños. Aya es culta y prefiere leer a presentarse a un concurso de belleza. Cuando un hombre la aborde por la calle y pretenda que ella se detenga y lo escuche simplemente por el hecho de serlo, Aya lo humillará verbalmente y seguirá su camino. Él no se lo tomará muy bien y se pondrá tan agresivo que algunas personas que presencian la escena acabarán interviniendo para que deje en paz a Aya. Es una escena clave para entender su carácter —suavizada, por cierto, en la película— y su comportamiento cuando, en álbumes posteriores, tenga que enfrentarse de modo más decidido al sistema heteropatriarcal si quiere estudiar en la universidad.

La película de animación estrenada en 2013 adapta de un modo casi literal los dos primeros álbumes de Aya de Yopougon, que sirven para presentar a sus personajes y echar a rodar tramas de comedia de situación que en las siguientes entregas sirven de base para desarrollar conflictos más relevantes. Nos quedamos así sin presenciar los choques intergeneracionales ante la venta o el regalo de jóvenes mujeres, la migración a París de un joven homosexual harto de tener que ocultarse, o la lucha de Aya contra un profesor universitario que abusa de su alumnas. Sin embargo, el film, de excelente factura técnica, sirve igualmente como retrato amable y hasta humorístico de una sociedad tan compleja como cualquier otra, donde el día a día de las mujeres no está exento de diversiones, pero donde también es necesario aplicar la mirada feminista para transformar, poco a poco, las mentalidades imperantes. Aya es una heroína discreta que, sin grandes revoluciones, influye en su entorno para conseguir una sociedad más libre e igualitaria.